
Esa iglesia de denominación particular, tenía una regla permanente: que uno debe completar un año de clases antes de ser bautizado.
Así que me inscribí para las clases, encontré ayuda cada semana y fui aprobada para el bautismo a la edad de quince años.
Para cuando terminé esas clases, había crecido en creer que Dios creó el mundo, que lo había puesto en movimiento y luego dio un paso atrás---incapaz, o no dispuesto a intervenir para ayudar---concluyendo que Dios “ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismo.”
En ese entonces, mi comprensión de la participación de Dios en nuestras vidas era que eso dependía de nuestras obras.
A través de los años, creyendo que Dios existía y estaba en algún lugar, pero aún no dependiendo de Él para nada, pensé que Dios tenía un conjunto de reglas difíciles que cambiaban con frecuencia.
Peor aún, pensé que esas reglas estaban siempre un poco más allá de mi entendimiento. Aunque yo leí la Biblia en lecturas asignadas diariamente, vi el contenido como una mezcla de historia y metáfora que tenía poco que ver conmigo. Hasta que un día...
Yo estaba en el quinto día de un fuerte dolor de cabeza (migraña), cuando mi jefe hizo lo que el llamó “imponer las manos sobre mí.”
Oró como nunca antes había escuchado a nadie orar y citó Escrituras que no recordaba haber escuchado nunca.
Sólo Dios sabe lo que está entre tú y las respuestas que buscas