
Nuestras experiencias son la base de nuestras Misiones de Vida. Sin importar lo difícil o francamente feas que sean estas experiencias, nos preparan para nuestras Misiones.
Por ejemplo, yo fui abandonada por mis padres y criada por mis abuelos maternos. Ellos eran ateos, eran verbal y físicamente abusivos, y trataron de enseñarme que no había un Dios.
Por un breve tiempo, me pusieron al cuidado de una maravillosa familia cristiana que me presentó a Jesús.
Aunque fui puesta de nuevo al cuidado de mis abuelos abusivos hasta que me emancipé a los dieciséis años, esa familia adoptiva me presentó a Jesús y allí me enseñaron cómo conectarme con Él a través de la oración.
Durante todos los años que estuve en ese ambiente de infancia abusivo con mis abuelos, después de conocer a Jesús, oré para que mis abuelos dejarán de dañarse uno al otro y a mí.
Oré para que mi madre o padre vinieran a buscarme. Ninguna de esas oraciones fue contestada como lo esperaba.
Me aferré en mi fe a que no había un Dios, pero llegué a la conclusión de que Él creó el sistema solar, las leyes que lo gobiernan y la gente; y que luego dio un paso hacia atrás para que nosotros lo tomáramos.
No lo sabía aún, pero desde entonces he escuchado que este sistema de creencias se conoce como el “Dios relojero.”
Cuando tenía catorce años, conocí a un maestro que me inspiró a buscar a Dios en una iglesia.
Encontré apoyo para entrar a la iglesia y pedí ser bautizada. No lo entendí entonces, pero mirando hacía atrás puedo ver claramente que quería pertenecer, ser parte de algo más grande que yo.