
LLAVES PARA LA ORACIÓN CONTESTADA
Por Rhonda Sciortino

Si algún pecado no confesado—incluyendo amargura, ira, resentimiento, y falta de perdón (sí, aferrarse a la ofensa es pecado)—te ha impedido acercarte a Dios y recibir todo lo que Él tiene para ti, habla con Él. Sácalo de tu interior. Dios está listo y dispuesto a perdonar.
No hay razón válida para aferrarte a estos sentimientos negativos. Dios Padre ya sabe lo que has hecho, y Él sabe lo que está en tu corazón. ¡No hay nada que hayas hecho que Él no haya visto ya! No hay pecado que Jesús no haya pagado ya.
Así que no dudes; díle a Dios que te arrepientes de las acciones pecaminosas que cometiste y las feas emociones a las que te has aferrado.
En el instante que confieses tus pecados, Él te perdona.
Ahora es tu turno de recibir Su misericordia. No vuelvas a pedir perdón por este pecado en particular. Está perdonado.
Dios toma tu pecado y lo quita “como está de lejos el oriente del occidente” (Salmo 103:12).
Imagínate tomar una taza de agua y tirarla en el océano. No puedes regresar y recuperar esa taza de agua. Se fue. Absorbida para siempre.
Eso es lo que Dios hace con tu pecado. Una vez que hayas pedido perdón (confesión), deja ir tu culpa.
Tú puedes sentirte totalmente justificado en las feas emociones que sientes por las personas que te han hecho daño o por haber hecho daño a alguien que amas.